En los últimos meses, hemos visto una creciente ola dentro del cómic americano de terror, donde han comenzado a primar los trabajos de historias antológicas; así han aparecido series como The Silver Coin, Después de Clase o Los Mitos del Huerto de los Huesos.
Y si bien la mayoría se encuentran en baremo de calidad alto, estas propuestas podrían compararse al catálogo de una heladería, con los clásicos sabores de chocolate o vainilla. Pero imaginemos que un día vais decididos a comprar vuestro helado favorito, y te ofrecen un sabor nuevo y diferente, que al probarlo, resulta familiar y conocido, pero con nuevas sensaciones. Este nuevo sabor es Ice Cream Man, y será difícil quitarse el regusto que deja.
Hablamos de una serie que comenzó su publicación en 2018 dentro de Image Comics, y que a día de hoy cuenta con 38 números publicados en USA y que aún sigue en curso. Un título que, con su reciente llegada a España, se ha consolidado como una de las novedades más interesantes en las librerías, y que nos ofrece una visión muy diferente del terror, y nos remonta a la época dorada del Indie Americano.
El estilo de concepción de cómics está en constante cambio y evolución, y lejos quedan las grandes series del Indie, que presentaban una idea de larga proyección, con una intención clara de sus creadores y de lo que querían contar. Pero aún con la sobreexplotación del cómic, Ice Cream Man evita replicar las fórmulas actuales, donde priman proyectos de muy escasa duración, y nos vuelve a traer el sabor clásico de Image, con una historia tan original como ambiciosa.
Los artesanos heladeros que han confeccionado esta nueva explosión de sabores no son otros que el tándem formado por W. Maxwell Prince y Martín Morazzo, con el topping agregado de Chris O’Halloran.
La propuesta sobre la que se construye el proyecto es principalmente una serie de historias antológicas y autoconclusivas, que presentan un hilo conductor, que no es otro que un nada simpático Heladero. Un personaje misterioso y bastante perturbador que, camuflado en su camión de vendedor de helados, se convertirá en la mayor pesadilla de los habitantes de la ciudad donde se ha instalado.
Una de las mayores incógnitas que nos plantean será la naturaleza de este ser. Desde luego no es algo ni remotamente humano, ni siquiera intenta parecerlo. Es algo que trasciende más allá, una presencia sobrenatural que permanece constante, y que llevará a la locura a todo ser vivo que se le pase por delante.
Con ello, el guionista se permite el lujo de tocar un amplio abanico de temáticas muy variadas, pues El Heladero torturará a sus víctimas utilizando sus miedos, sus enfermedades o sus situaciones personales. Se aprovechará de ellos, y los exprimirá todo lo que pueda, como si al hacerlo se alimentase. Pasaremos desde la drogadicción hasta el Alzheimer, pasando por la paternidad, la pérdida de seres queridos o la soledad. Toda temática tiene cabida para Prinze, quien convierte a Ice Cream Man en su patio de recreo particular, permitiéndose el lujo de experimentar con la narrativa y ofreciendo en cada nueva historia ejercicios completamente diferentes e innovadores.
Este personaje, de nombre Rick, casi termina convirtiéndose en una alegoría de todos los miedos que sufren el resto de personajes. De hecho, en varias ocasiones, él mismo se define como una idea a la que no se puede matar y es representado como una constante en la vida de quienes atormenta. Lo veremos en todo momento escondido, desde un póster, un recorte de periódico, un peluche y hasta de fondo en la televisión, como si se tratase de esa preocupación constante en la que no podemos parar de pensar.
Incluso su presencia física es eliminada por completo en diversas ocasiones, pero manteniendo una sensación constante de que se esconde detrás de todo lo que ocurre en escena. Actúa como una enfermedad que tiene completamente dominada a este pueblo que, además, ni siquiera parece darse cuenta de que algo está mal.
Además, se comenzarán a establecer elementos asociados a su persona, sobre todo arañas, música o insectos. Pero no nos confundamos, este ser es real, y si aparece en escena, el peligro es tan palpable como si te comiese un hombre lobo, y de hecho, así sucede.
Por ejemplificar algunas de sus macabras acciones, veremos cómo provoca que un niño mate a sus padres, lleva a una drogadicta a una sobredosis o juega con las esperanzas de un músico decaído. Cada nueva historia es un nuevo campo de juegos, tanto para el personaje como para sus autores, y no se quedan en el terror más superficial. Profundizan y se permiten el lujo de probar con historias tan variadas como sabores de helado pueden existir, algunas más psicológicas, otras más oníricas y otras más terrenales.
Quizás este sea uno de los aspectos más llamativos, pues el carácter de las historias más psicodélicas y estrambóticas es uno de los ganchos que atrapan al lector, pues el ansia de conocimiento ante lo que se presencia la convierte en un constante pasa páginas.
Y a pesar de que la principal propuesta consiste en hacer historias sueltas, además de los elementos del Heladero que se irán repitiendo y prolongando, en el telón de fondo se comienza a atisbar una historia más grande. Con la irrupción en escena de El Vaquero Negro, quien parece tratarse de una antítesis y el único que se contraponga al Heladero, se rompe el esquema de las antologías, y se abren las puertas de una historia mayor que funcionará como un nexo unificador en toda la obra.
Es a través de este Vaquero donde se construye la mitología y ficción que rodean a la obra, pues sus apariciones se darán en números donde se explora el origen del Heladero y su verdadera naturaleza. Una trama principal, que es camuflada como secundaria, y que sirve como aliciente para continuar leyendo y explorando este universo.
Otra de las claves para que esta obra funcione como lo hace son las inspiraciones de Prince para concebir tanto la serie como a su personaje principal. Y es que nos encontramos con un amalgama de elementos que parecen sonar a muchas cosas ya conocidas, pero que mezcladas entre sí, producen una nueva melodía.
La concepción de un personaje de carácter infantil, como puede ser un simpático vendedor de helados, que termina siendo el mal personificado, es un arquetipo muy habitual en las historias de terror. Pero sin ninguna pretensión de reinventar el género, Prince logra crear una nueva perspectiva, que, a pesar de estar muy explotada en medios audiovisuales, rara vez se había visto en el cómic.
De esta manera, la principal fuente de inspiración parece residir en Stephen King y en su It, pues tanto el Heladero como el Payaso Pennywise parecen comportarse de la misma forma; una sed incontrolable de tortura y sufrimiento con la que se nutren. Y Prince, lejos de esconderlo, se muestra orgulloso ante ello y nos lo enseña a través de referencias o easter eggs que van apareciendo, desde su modus operandi, o incluso su inocente forma física para atraer a sus presas, pasando por alcantarillas, globos rojos o un pequeño pueblo que parece ignorar el mal que contiene.
En cuanto al dibujo, Martín Morazzo se complementa con Prince tanto en su intencionalidad, como en el juego artístico que proponen. Podríamos situar el estilo de este dibujante entre el realismo y la caricatura, con una línea clara y limpia y una caracterización de personajes feísta, expresiva y particularmente incómoda, que no hacen más que incrementar las desagradables sensaciones que transmiten las historias.
Aunque sin duda alguna, el principal valor de Morazzo reside en su espectacular dominio de la narrativa. Si Prince se permite el lujo de experimentar nuevas propuestas, Morazzo está a la altura de desarrollar todas y cada una de ellas. El surrealismo que nos plantean será representado de la forma más psicodélica posible, donde se explotan los recursos gráficos, amoldándose a la temática de la historia. Así nos deslumbrará con números muy interesantes e imaginativos, como una historia de 3 sabores de helado, que se contará en 3 tiempos simultáneos, o el aclamado número Palíndromo, donde se concibe para que se pueda leer tanto de delante hacia atrás como de atrás hacia delante.
Destaca también la capacidad camaleónica de este artista, pues no solo se contenta con sus experimentos narrativos, sino que también veremos homenajes a otras obras y autores de carácter muy variado, como podrían ser los cuentos infantiles del Dr. Seuss, Dave Gibbons en Watchmen o Frank Quitely en All-Star Superman.
Por otro lado, sin salirnos del apartado gráfico, tendremos a Chris O ́Halloran como colorista, quien destaca sobre todo por su capacidad para complementarse con Morazzo. Con una paleta tan amplia como las imaginaciones de sus dos compañeros, capta toda la esencia del Heladero, utilizando colores principalmente muy vivos y llamativos, que también acompañarán gran parte de la narración, como es el ejemplo de la ya citada historia de los 3 sabores.
Respecto a su publicación, la editorial Moztros es la encargada de traernos esta obra a las estanterías. Con unas ediciones recopilatorios en cartoné muy cuidadas, donde tendremos 4 números USA por cada uno de ellos, y que vienen acompañados de toda la galería de portadas alternativas a modo de extras.
Ice Cream Man se convierte por derecho propio en una de las obras más interesantes del mercado actual. Una serie que no solo nos propone una nueva experiencia de escalofriantes sabores en cada historia, sino que explora nuevos enfoques del terror psicológico. Con una capacidad sobresaliente para rendir homenaje a lo mejor del género, a la vez que se construye a sí misma y se erige como una de las lecturas más imaginativas y con más personalidad.